Archivos Mensuales: agosto 2008

8640…

Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo…
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Oliverio Girondo

Verde lejos…

Así estaba sentada, de brazos cruzados, mangalarga, ausente. Iba con esa inexpresiva mirada en el rostro, como la de la gente que se olvida que hay una vida fuera de sus pensamientos.

Llovía, y no es una cosa lúdica, yo iba contando las gotas. Estábamos una frente a la otra pero no nos habíamos percatado de eso.  Si algo compartimos esos minutos-que fueron breves-fue el vacío, pero hay que sentirse así para darse cuenta de lo que se es realmente, lo que se siente, sin enajenaciones.

Palabra complicada.

Sin aire y rodeada de gente extraña, hundida en el bullicio de una ciudad como Caracas, entre aluminio, sudor y cemento descubrí que el verde es mi color favorito. En la medida que mi ‘camionetica’ transitaba por la av. Libertador un árbol desnudaba todo su esplendor ante los tímidos rayos de sol de una tarde cualquiera que ya se iba. Otro…Otro…otro…no son muchos pero cuentan si se comparan con la nada. Atrás estaba el inmenso cerro y su verde oscuro…verde lejos.

Recordé una vez, hace unos cuantos años, y estando muy enamorada, mejor dicho, muy despechada, haber visto a quien creí era el amor de mi vida en esos reflejos. Asomada desde la ventana de la que era mi oficina en aquel entonces, los rayos de otro ocaso alumbraban para mostrarme toda la gama de verdes de un viejo árbol al que le construyeron una universidad alrededor. Y en ese reflejo de hojas verdes, verde mata, verde vida, dorado sol, aire y arcoiris…estaba ella. Nada de lo que había-habíamos vivido-se parecía más a ella que eso que sentí en aquel momento. Creo que es lo más sublime que me ha pasado…nunca más.

De vuelta a mi propio reflejo, recordando si eran gotas o lágrimas, me sentí, me ‘transformé’ por segunda vez en mi vida en algo sin piernas y sin brazos, como si todas las partes de mi cuerpo fueran inútiles. Inútil todo…lo único que me mantenía con vida era el escaso verde que resaltaba bajo mi mirada.

Entre la gente, la calle, la cola y los carros, la tarde que se iba como la vida misma, estaba aquella mata de mango llegando al ‘Country’ y un pequeño bosquecito de bambú. Lástima no me pude parar y tuve que seguir rodando.

MW